Hoy en día, algunas iglesias evitan
la ministración de los sacramentos u ordenanzas –entendiendo por ello la
celebración/práctica, de por lo menos, el bautismo y la cena del Señor-. Mi
propósito aquí no es discutir la diferencia entre ‘sacramento’ y ‘ordenanza’,
sino más bien hacer un repaso para comprender su relevancia.
La Iglesia Católica Romana reconoce
siete sacramentos y su importancia es conocida por toda su membrecía. En la
Iglesia Protestante o Evangélica, los dos mencionados anteriormente son
practicados/observados por la mayoría, pero con significados o importancia variados. En las Iglesias más tradicionales (Anglicana,
Episcopal, Luterana, Presbiteriana, Metodista), la práctica y observancia de
los sacramentos se da con más regularidad o frecuencia —muchas de estas
iglesias celebran la Cena del Señor o la Santa Comunión el primer domingo de
cada mes, o más frecuentemente, y el bautismo cuando es posible— y en la
mayoría de estas tradiciones, suscribiendo al entendimiento del “bautismo de
pacto”. Otras Iglesias, más en la línea
de las separatistas (Bautista, Menonita) o en la corriente de los grupos
disidentes (Asambleas de Dios, Nazarenos, independientes, etcétera) celebran u
observan las ordenanzas con menos regularidad—la Cena del Señor una vez por
cuarto del año, el bautismo un poco más frecuente si es necesario, siguiendo
ellos más al entendimiento del “bautismo de creyentes”.
¿Por qué es importante
que practiquemos los sacramentos/ordenanzas?
Primeramente, debemos entender el
significado de “sacramento”. Los
sacramentos son expresiones externas y visibles de realidades internas y
espirituales. Éstos son elementos
tangibles de la gracia misteriosa, intangible de Dios. Con este entendimiento general en mente,
podemos seguir adelante.
El bautismo
Después de la Reforma en el Siglo
XVI, había una fragmentación o división en el entendimiento del bautismo. Anteriormente, la Iglesia occidental creía
que el bautismo erradica tanto el pecado original como los pecados veniales… infunde
gracia santificadora. Básicamente, antes de la Reforma, la Iglesia aceptó el bautismo
como algo necesario para la salvación. Los Reformadores, en su deseo de
regresar a una fe y práctica “Bíblica,” no pudieron encontrar suficiente
evidencia apoyando ésta perspectiva en la Biblia. Por lo menos, Jesucristo prometió al ladrón
en la cruz: - “hoy estarás conmigo en el Paraíso…”- y esto ¡sin su bautismo! Entonces, de una vez para siempre, se borró
la idea de que el bautismo funciona en una manera salvífica. En vez de ello, actualmente, consideramos que
el bautismo es un acto que los cristianos llevan a cabo como una señal externa
y visible de un cambio interno y espiritual.
Actualmente, algunas tradiciones
reconocen que el bautismo continua el pacto hecho a Abraham y su simiente
(Gen.17:7) y remplaza la circuncisión (Hch 2:39; Ro 4:13-18; Gá 3:13-18; Col
2:11-12). Por eso se practica el
bautismo de niños, adolescentes y adultos de todas edades. Pues reconocen que en
el bautismo, Dios está obrando en nosotros sin tomar en cuenta la edad de la
persona. Esta perspectiva bautismal se
llama “bautismo de pacto.” La manera o
forma de bautismo puede ser aspersión, rociamiento/derramación o inmersión. La forma o manera no importa tanto, lo relevante
es la gracia de Dios obrando en nosotros por medio del sacramento.
Por su parte, otros grupos practican
lo que se llama “bautismo de creyente,” y ellos solo bautizan a quienes
profesan a Cristo como salvador. Claro, hay mucha evidencia de esta práctica en
el Nuevo Testamento en que todos de los creyentes nuevos eran adultos. Es
solamente en la segunda generación que encontramos padres judíos, creyentes,
con una expectativa de ‘algo’ para sus niños. Y, ya tenemos esta tensión entre
cristianos. Pero, debemos recordar que el bautismo no es salvífico; sino
poderosamente simbólico.
La Santa Comunión - La Cena del Señor
También, durante la Reforma surgieron
cuestiones acerca de la Comunión/Cena del Señor—su significado y su práctica. Antes de
la Reforma, la Iglesia Occidental creía que algo casi mágico pasaba en la Cena
del Señor… que había una transformación de los elementos en sí mismos por la
bendición del sacerdote. En efecto, ellos
creyeron que el pan y la copa se transformaban, convirtiéndose en Cristo
mismo—el pan en Su carne y la copa (el vino) en Su sangre. Entonces, al recibir el pan y la copa significaba
comer y tomar literalmente el cuerpo y la sangre de Cristo.
Cuando los Reformadores no pudieron
encontrar evidencia de esta transformación (“transubstanciación”) en las
Escrituras, rechazaron ésta interpretación.
Muchos cristianos, hoy en día, creen que la Cena del Señor es una
conmemoración de la muerte de Cristo, que imparte la gracia de Dios. La Cena
brinda alimento espiritual y lo trae a uno más cerca de la presencia de Cristo. En mi propia tradición, practicamos lo que se
llama “comunión abierta”… y esto al máximo!
Creemos que cualquier persona que quiere recibir la Comunión, la Cena,
puede acercarse a la mesa, que la mesa pertenece a Cristo y no a la Iglesia (o
la iglesia). Aun el predicador y
evangelista John Wesley comentó y relató sobre personas que vinieron a la mesa
y por recibir la Cena llegaron a Cristo por fe.
En otras palabras, Dios utilizó la Comunión como medida de gracia para
tocar las vidas de la gente.
La forma de administrarlo es
variada—unas comuniones reparten panecitos/galletas saladas y vasitos/copitas
de jugo de uva; otras comparten un pan común y copa común; en algunos
escenarios, la gente se queda en sus lugares y los elementos son repartidos por
servidores, en otros, la gente se acercan al altar para recibir los elementos
de los servidores. Cada familia de fe
decide la forma mejor para su situación. Aunque hay mucha tradición involucrada,
ésta realmente surgió por una cuestión de conveniencia.
La Importancia
Pero queda todavía la pregunta del
principio: ¿por qué es importante? ¿Por
qué debemos practicar los sacramentos/las ordenanzas en la Iglesia?
Primeramente, la práctica de estos
actos (los dos, por lo menos) es algo que ha sido parte de la vida de la gente cristiana
desde el principio de la Iglesia.
Jesucristo nuestro Salvador, nuestro Maestro, nuestro Ejemplo nos dio y
nos encomendó el Bautismo y la Cena.
Reconocer y practicar estos actos o prácticas simplemente es algo que los
cristianos hacen. Punto.
Segundo, los sacramentos/las
ordenanzas y sus prácticas son elementos muy, pero muy educativos. Por medio de estos actos, enseñamos los
principios ‘básicos’ de la fe. ¿Quién
puede administrar el bautismo sin explicar los significados que encontramos en
el Nuevo Testamento—limpieza, renacimiento, nueva creación? Y ¿quién puede administrar la Cena del Señor—la
Comunión—sin recordar esa noche cuando nuestro Señor partió pan con sus
discípulos, sin explicar lo que hizo Jesús, el hijo de Dios, en la cruz por
nosotros — tu y yo. Hay un dicho, “la repetición
es la madre del aprendizaje”. La repetición de estos actos santos es una manera
de educar a nuestra gente, al pueblo de Dios; es una forma de recordar la vida,
la crucifixión y aun el mensaje del evangelio de nuestro Señor.
Finalmente, en el ámbito de la educación
reconocemos que no todos aprenden en la misma manera. Algunos son aprendedores auditivos, otros visuales,
y otros quinestésicos. Así, la predicación
sirve bien para los “oyentes". Hoy
en día, el PowerPoint ayuda mucho a los “visuales.” ¿Y los quinestésicos? Los quinestésicos aprenden por hacer con sus
propias manos, por tocar y sentir. Los
sacramentos, las ordenanzas son momentos demasiados especiales para ellos. Cuando no los practicamos con frecuencia
estamos privándoles a un segmento de nuestra congregación de esta expresión y
experiencia de la gracia de Dios. Sin perder de vista que el cumplimiento de
dichas ordenanzas da unidad e identidad a las comunidades en Cristo, dándole a
los miembros ese sentido de pertenencia a la Iglesia de Dios.
Por tanto, les animo a celebrar estos
santos actos cristianos, tan importantes…porque al hacerlo, la Iglesia reclama
su lugar como conducto de la gracia de Dios.
Amén.
(revisión 07/2017)